Una tarde del año 1564, agrega el Maestro de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, una tempestad extraordinariamente fuerte derribó un enorme árbol cerca del poblado de Borrowdale, en Cumberland, Inglaterra.
Debajo del sitio donde habían estado sus raíces apareció una masa de cierta sustancia negra de aspecto mineral, desconocida hasta entonces: era una veta de plombagina, o “plomo negro”. Fue el grafito más puro encontrado en ese país y posiblemente en el mundo entero. Los pastores de los alrededores comenzaron a usar pedazos de este material para marcar sus ovejas. Sin embargo, otros habitantes de la zona con más sentido de los negocios comenzaron a partirlo en forma de varitas, que luego vendían en Londres bajo el nombre de “piedras de marcar”. Estas varitas tenían dos notables deficiencias: se rompían fácilmente y manchaban las manos y todo lo que tocaban. Algún genio desconocido resolvió el problema de la suciedad enredando un cordel alrededor y a lo largo de la vara de grafito, para ir quitándolo a medida que se gastaba.
En 1760, el químico (en sus ratos libres) Kaspar Faber, artesano de Baviera, mezcló grafito con polvo de azufre, antimonio y resinas, hasta que dio con una masa espesa y viscosa que convertida en varita se conservaba más firme que el grafito puro.
En 1790, el químico e inventor francés Jacques Conté, por orden de Napoleón Bonaparte, se dedicó a hacer lápices ante la escasez que había de ellos a causa de la guerra con Inglaterra. En 1795 Conté produjo por primera vez lápices hechos de grafito, previamente molido con cierto tipo de arcillas, prensando barras y luego horneándolas en recipientes de cerámica. Este método dio paso a la fabricación de los lápices modernos. Conté pudo fabricar lápices de diferente dureza y altísima calidad.
En 1812, el ebanista e inventor William Monroe, de Concord, Massachussetts, Estados Unidos, fabricó una máquina que producía estrechas tablitas semicilíndricas de madera de 16 a 18 centímetros de longitud. A lo largo de cada tablilla, al aparato producía estrías justo en la mitad del grosor del delgado semicilindro moldeado. A continuación, Monroe unía con cola las dos secciones de madera, pegándolas estrechamente en torno al grafito y así fue como nació el lápiz tal y como lo conocemos en la actualidad.
Según el Maestro, el lápiz resultó útil, económico, portátil, versátil y adaptable a la mayor parte de las culturas de la Tierra. Ahora se producen más de 300 tipos de lápices, entre ellos, los utilizados por los cirujanos para trazar sobre la piel del paciente a operar.
Durante el Homenaje de la OEI en Bogotá al lápiz, Federmán Contreras aseguró que éste es tal vez el instrumento intelectual más descuidado y subestimado en la historia de la humanidad. Sobre su amor a esta noble herramienta, Federmán dijo: “desde la primera vez que sostuve un lápiz en las manos, que olí su madera aromatizada y su pintura nueva, que miré su amarillo saltarín, que mordí su pezón de goma y su carnoso cuello de cisne superestirado, sucumbí a su encanto”. OEI.